La vida y la muerte
Por muy presente que se tenga aquello de que la vida es breve y hay que
aprovechar cada instante, en momentos así es inevitable darle darle vueltas a
la cabeza. Surgen reflexiones sobre lo hecho y lo pendiente, sobre los planes
aplazados y el poco tiempo que quizá quede para intentarlos. Pensamientos
sobre si merece la pena sacrificar unas cosas en pos de otras, sabiendo que
todo puede cambiar en un instante.
Vuelven recuerdos de los momentos compartidos con quienes ya no están, pues
eso es lo que nos queda: recuerdos. Todo es fugaz y lo único que importa son
los recuerdos que nos dejan, así como los que dejamos. Más allá de la cortina
de hedonismo y comodidades materiales con la que envolvemos nuestro día a día,
todo se reduce a interacciones humanas. Sabiendo eso, merece la pena hacer un
esfuerzo para que sean positivas. La vida es demasiado corta como para ser
mala persona.
Dejando de lado estas ideas trascendentales, queda un reposo de tristeza y una
sensación de inevitabilidad. A mis abuelos siempre los vi "viejos", por lo que
su marcha hace ya años no me sorprendió. Sin embargo, a mis tíos los conocí en
su plenitud, siendo personas fuertes, alegres y trabajadoras. Ahora que no
están, no puedo dejar de pensar que yo los vi como la nueva generación me ve a
mí ahora, y que tal como los veo yo a ellos ahora la nueva generación me verá
a mí en unos años. En román paladino, que nos vamos haciendo viejos y no hay
forma de evitarlo.
La vida es una cuenta atrás en la que escuchamos el tic-tac pero no alcanzamos
a ver las manillas del reloj.
Queda también la sensación extraña de que mis primeros pagadores ya no
existen. Cuando era un chaval, mis primeros trabajos fueron como albañil
echando una mano a mis tíos. Sin ninguna habilidad pero con mucha ilusión, me
gané mis primeras pesetas haciendo masadas y cortando plaqueta con la radial.
Hace casi tres décadas de aquello, pero en cierto modo parece que aún fue
ayer.
Ante todo esto la única protección posible es el estoicismo. La capacidad de
aceptar lo inevitable, sin ocultar emociones, pero al mismo tiempo sin dejar
que nos afecten demasiado. Concentrémonos en las parcelas que están al menos
parcialmente bajo nuestro control, y limitémonos a aceptar aquello que no
podemos controlar.
"La vida sigue", que dice el omnipotente refranero.
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