El milagro del yogurt eterno
Hay que ver cómo se están encareciendo las cosas, ¿eh? Voy al supermercado una
vez por semana y compro siempre más o menos lo mismo, pero ahora pago
alrededor de un 25 % más que hace un año. La inflación se nota en muchas
cosas, por ejemplo en los yogures, que han perdido su espacio en mi cesta de
la compra.
Y fue así, en la sección de refrigerados del Lidl, de pie con un yogur en la mano,
ponderando si merece la pena darse el capricho por ese precio, cuando me acordé de la
increíble abundancia de yogur de la que disfrutaba en Corea.
No nos engañemos, en Corea los artículos de supermercado en general son más
caros que en España. Los yogures son un caso particular, pues no solo son más
caros sino bastante más pequeños. Los yogures de adulto tienen tamaño
petit-suisse. Como uses una cuchara medio grande, te terminas un yogur en dos
movimientos.
Es en este punto, cuando los lectores ya están arqueando una ceja ante la
aparente contradicción entre los dos párrafos anteriores, cuando entra en
escena el milagro del yogur eterno. O yoghourt, o yogurt, o como sea que se dice ahora.
- Hola, soy el sonriente milagro del yogur eterno. |
En la foto de arriba aparece el producto milagroso con el que empezar una
cadena infinita de yogur a bajo coste. Se trata de un fermento que se puede
echar en leche y en un par de días la transforma en yogur. Tan simple como
suena, el proceso es el siguiente: abres un brick de un litro de leche, echas
el producto mágico, cierras el brick con una pinza, lo dejas un par de días
en la mesa de la cocina a temperatura ambiente, y voilá, ya tienes un litro de yogur. En este punto conviene guardarlo en la nevera para parar
la fermentación, o de lo contrario el rico yogur blanco pasará a ser una agria pasta amarilla.
Lo mejor de todo es que cuando esté a punto de terminarse ese litro de yogur, se pueden echar un par de cucharadas de este en otro brick de leche para repetir
el proceso hasta el infinito (y más allá). ¿Es o no es el milagro del yogur eterno?
En realidad el proceso anterior es para pringados, porque lo normal es recibir
esas primeras cucharadas de algún conocido. Es como el ciclo de los gatos en
los pueblos: todas las casas tienen uno o dos gatos, y cuando una gata pare se
reparten gatitos entre los vecinos, que a su vez pasan a repartir gatos de sus
propias camadas un año más tarde, en un delicado ecosistema que se mantiene en
equilibrio gracias a los coches que pasan de noche por las carreteras.
Yo recibí un cacharrito con el producto mágico de manos de mi suegra y quedé
atrapado para siempre, como ese joven con problemas de autoestima que acude
por primera vez a una charla de la Cienciología. La cepa de yogur me duró
cuatro años, y solo se extinguió al regresar a España.
Mi cena típica en verano consistía en meter en la licuadora un tercio de litro
de yogur junto con las frutas y vegetales que pillara por casa. Manzanas,
plátanos, kiwis, zanahorias u hojas de perilla, nada se perdía porque todo era
aprovechable en la máquina trituradora gracias al yogur mágico. El resultado
no era bonito y tampoco es que supiera demasiado bien, pero al menos llenaba
la barriga de manera sana.
Me arrepiento de no haber traído un cacharrito con la sustancia mágica de vuelta a España, y lamento no haberme acordado cuando fui de vacaciones hace tres años, pero este verano espero solventar el despiste e iniciar la saga
española del yogur eterno. Amén.
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