A largo plazo todos estaremos muertos (por la inflación)
Para Keynes, esperar a que las dinámicas del libre mercado solucionen los
problemas significaba abandonar a su suerte a las víctimas de esos
desequilibrios transitorios. Frente a esa solución sencilla a largo plazo,
aunque dolorosa en el momento presente, Keynes proponía fomentar la
intervención estatal para corregir los desequilibrios, aun a riesgo de causar
problemas mayores en el futuro. Dicho de otra forma, tapar la herida sin
dejarla sanar, aunque eso signifique un mayor dolor más tarde.
Esto se puede explicar con un ejemplo. Piensa en una industria decadente como
por ejemplo la minería de carbón. Si el carbón es sustituido por otras fuentes
de energía más limpias y baratas, como el petróleo o los molinos eólicos, su
demanda cae y las minas empiezan a cerrar. La economía clásica aboga por
esperar a que el mercado sustituya esas minas por otra industria, por ejemplo
refinerías. Sin embargo, esas refinerías probablemente no se construirán en el
lugar donde estaban las minas. Por tanto, los mineros emigran o sufren. La
solución de Keynes es subvencionar esa minas de forma que sigan abiertas,
dando una patada hacia adelante al problema, ralentizando la transición
energética y creando un déficit que pasa a ser estructural.
Keynes abogaba por un estado cada vez más grande e intervencionista, una idea
que siempre cala bien entre la clase política, ya que una de las grandes
debilidades del hombre es el deseo eterno de aumentar su poder. Es difícil
resistirse a tener un poder creciente y una fórmula mágica que va tapando los
problemas, sobre todo cuando el horizonte no va más allá de los cuatro años
entre unas elecciones y las siguientes.
Una consecuencia más concreta de las ideas de Keynes fue el final del patrón
oro, y el paso al
dinero fiduciario, cuando en 1971 Richard Nixon abolió los acuerdos de Bretton Woods. Con el
patrón oro, el dinero en circulación de un país estaba ligado a las reservas
de oro de ese país, como una forma de relacionar la masa monetaria a la
riqueza de la nación. Desde 1971, los estados tienen libertad para imprimir
las unidades monetarias que consideren oportunas para financiar lo que deseen
sus mandatarios, ya sean programas sociales, guerras o despilfarros.
El balance de los bancos centrales de Europa (ECB), Estados Unidos, (Fed), Japón (BoJ) y Reino Unido (BoE) se ha multiplicado por seis desde 2007. |
Si la riqueza no aumenta, pero sí crece el número de unidades monetarias en
circulación, entonces el valor de estas unidades decrece de forma
proporcional. En otras palabras, si el país no crece pero cada vez se imprimen
más euros, cada uno de esos euros a la fuerza pasa a valer menos.
Veámoslo con un ejemplo simplista. Piensa en un país que solo produce barras
de pan. Hay un millón de euros en circulación y cada día se producen un millón
de barras de pan. Cada barra de pan se vende por un euro. Entonces, el estado
imprime un millón de euros adicional para financiar una rotonda muy bonita
pero que no aumenta la producción de barras de pan. Automáticamente, cada
barra de pan pasa a costar dos euros. Si ese millón de euros se gastase en
construir una fábrica de pan que doblase la producción hasta un total de dos
millones de barras al día, el precio de cada una se mantendría constante en un
euro. Si esa nueva fábrica produjese dos millones de barras, subiendo la
producción nacional a tres millones de barras diarias, el precio de cada una
bajaría a 67 céntimos. Esta es la diferencia entre gasto inútil e inversiones
que hacen progresar a un país.
En los últimos años estamos viviendo una época de gran expansión monetaria.
Cualquier bache del camino, ya sea una crisis económica o una pandemia viral,
se soluciona echándole dinero encima. Pero no se hace con visión de largo
plazo, sino de forma cortoplacista para tapar el problema sin pensar en las
consecuencias futuras.
Los estímulos aplicados durante las dificultades no se retiran, ni mucho menos
se revierten, en épocas más benignas. Así, el déficit se hace crónico y las
deudas no hacen más que aumentar, desembocando en tipos de interés
anormalmente bajos porque de otra forma los estados entrarían en bancarrota.
Es un círculo vicioso de inyecciones de morfina, aumentando el dolor que
inevitablemente llegará en algún momento.
Cuando veas noticias sobre la inflación galopante que tanto incrementa los
precios de todo en general, no pienses en la guerra de Rusia con Ucrania, las
malvadas empresas eléctricas o las disrupciones causadas por el Covid en las
cadenas logísticas mundiales. En vez de eso, piensa en los trillones de euros
y dólares que fueron creados de la nada en la última década sin que fueran
dedicados a aumentar la riqueza de los países. La pérdida de valor de esos
euros y dólares es lo que causa el aumento de precios. Se puede esquivar el
problema durante un tiempo, pero al final las matemáticas son tozudas. Y las
matemáticas dicen que todavía queda mucho por corregir.
En otras palabras, a menos que haya un golpe de timón, nos pueden quedar
varios años de alta inflación.
Todo esto es una explicación muy de andar por casa. Yo no soy economista y
seguro que he simplificado demasiado las cosas. Sin embargo, me gusta darle
una vuelta a las cosas y a veces me animo a dejarlo por escrito en este blog. Si encuentras errores en esta argumentación, te animo a escribir tu opinión en un comentario.
Lo has explicado de una forma magnífica. Totalmente de acuerdo con tu análisis. Gracias por todas estas reflexiones, descubrí el blog por casualidad, y me alegra ver que siguen las publicaciones. Un saludo
ResponderEliminarGracias, me alegra ver que este tipo de posts también pueden resultar de interés.
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