martes, 7 de octubre de 2014
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Once casas en once años

Tras la mudanza que completamos hace ya dos años, hice unas cuentas rápidas y resulta que en los once años anteriores había vivido en once viviendas diferentes. Esta racha de traslados me llevó por tres países diferentes, pero antes de hacer las cuentas no me había dado cuentas de cuántos tumbos llevo dados en los últimos años. Yo no siempre fui así. De hecho seguí viviendo en la nave nodriza familiar (1) mientras estudiaba en la universidad y no salí de casa hasta que empecé a trabajar en serio y me independicé económicamente. Y aún así, lo hice bastante antes de lo que es habitual en España hoy en día.

Habitación juvenil en casa familiar

Al terminar de estudiar conseguí un trabajo en Santiago de Compostela. Como el traslado debía hacerse de un día para otro y, todo sea dicho, yo estaba muy verde, empecé residiendo en casa de unos familiares (2) que me acogieron estupendamente y a los cuales sigo agradecido. Además en la empresa tenían intención de enviarme a Irlanda unos añitos y me decían que en Santiago no estaría más que unas semanas de formación, por lo que no parecía merecer la pena ponerme a buscar un piso de alquiler.

Las semanas de formación se fueron acumulando y, cuando ya llevaba cuatro meses de provisionalidad, decidí buscarme un pisito de alquiler. Encontré un ático (3), en la zona norte de la ciudad, que no era más que la unión ilegal de dos trasteros. Por lo menos era barato y no me importaba que fuera pequeño y casi inhabitable. Era mi primera experiencia de vida realmente independiente, algo que llevaba años deseando. La primera noche, como el cuchitril llevaba semanas cerrado, el aire estaba viciado y recalentado. Al ser finales de agosto decidí dormir con la ventana del techo abierta para que el lugar refrescara un poco, con la mala suerte de que la cama estaba justo debajo de la ventana. De esa forma tan tonta pillé uno de los peores resfriados de mi vida, que me tuvo K.O. durante el primer fin de semana largo de mi recién estrenada vida profesional.

Ático ilegal en Santiago de Compostela

Por supuesto, dos semanas después de alquilar el ático en la empresa me dijeron que me iba a Irlanda y que me iba ya. Tuve apenas un fin de semana para cancelar el contrato, perder una mensualidad de fianza que en la agencia me juraron que me devolverían mientras estaba fuera, llevar mis cosas de vuelta al domicilio familiar y preparar el equipaje para irme a vivir a otro país. Ah, y perder una noche entera preparando el portátil recién comprado que me haría compañía en mi primera aventura por tierras extranjeras.

Llegué con dos maletas al pueblecito irlandés en el que pasé más de cuatro años, y las dos primeras semanas me tocó pasarlas en la única pensión de la aldea (4). Durante esos días habitaba un espacio tan pequeño que prefería estar trabajando solo por tener un poco de espacio a mi alrededor. La habitación no tenía ni enchufes, o yo no tenía el adaptador necesario, por lo que ni siquiera podía usar el portátil. Por suerte me había llevado unos libros, de esos antiguos hechos de papel, que me acompañaron en esos primeros días.

Pensión cutre en Irlanda

Después pasé tres meses en una enorme casa de dos plantas (5) alquilada para mí solo. Era una casa preciosa situada al lado de un río. Pero a la semana siguiente llegó el invierno y el frío. Aunque el alquiler corría a cargo de la empresa, yo debía pagar la electricidad, que funcionaba con un contador de monedas de dos euros. Como el único sistema de calentamiento eran unas estufas eléctricas, no tardé mucho en cerrar todas las habitaciones y usar solo una de ellas. Había tanto frío que desayunaba y cenaba en la cocina con el abrigo puesto.

Lo peor era ducharme, ya que el baño también estaba a temperatura exterior y el agua caliente no siempre funcionaba. Mi sistema consistía en abrir el agua caliente y encerrarme en la habitación al lado de la estufa, esperando a que en el baño se acumulase un poco de vapor. Unos minutos después atravesaba el pasillo sin ropa, me duchaba a la velocidad de la luz y regresaba corriendo a la habitación, aún en pelotas pero ahora mojado. Me secaba lo más rápido posible, me vestía con múltiples capas y me acurrucaba al lado de la estufa hasta recuperar la sensibilidad en pies y manos. Esas carreras por el pasillo es lo que más recuerdo de mi segunda residencia en Irlanda. Si un día me hubiese resbalado no me habría encontrado, ya congelado, hasta varios días más tarde. También recuerdo cambiar billetes por monedas de dos euros en los comercios de Limerick. No sé cuántas monedas gasté en aquella máquina infernal, pero cuando dejé la casa el propietario vino a recoger las llaves en un BMW.

Casa de alquiler en Scariff

Tras una visita navideña a España regresé al pueblecito y ya me cambié a otra casa (6), esta vez compartida con un compañero de trabajo por seis meses, con otro por otros seis meses y en solitario por un año adicional. Era una casa vieja, pero tenía un sistema decente de calefacción que además usábamos sin complejos 350 días al año. Fue una buena época con dos amigos estupendos, muchas cervezas y enormes filetacos dominicales. Para los ratos de soledad tenía una clavija telefónica mediante la cual podía conectarme a internet vía módem. Ah, cuánto partido se le sacaba antes a 56 kbps.

Casa irlandesa

Los otros dos años en Irlanda los pasé ocupando un apartamento (7) de una casa de dos plantas dividida en cuatro, dos arriba y dos abajo. Al principio todos los apartamentos estaban ocupados y nos hacíamos unas buenas fiestas, pero los compañeros fueron regresando y terminé estando yo solo, con alguna visita excepcional. Internet también subió de nivel, primero montando una red WiFi entre dos casas del barrio mediante antenas unidireccionales en las ventanas, y luego con mi propia conexión ADSL de 1 mbps. En el momento de retornar a España comprobé con sorpresa que, incluso después de haber regalado algunas de mis pertenencias, las dos maletas se habían convertido en media docena de grandes cajas.

Apartamento en un pueblo de Irlanda

De regreso a España volví a Santiago, pero esta vez en un estudio (8) desde el principio. Estaba en Milladoiro, daba a un patio interior y no recibía luz solar en ningún momento del día. Tampoco me importaba mucho porque me pasaba todo el día en el trabajo y al pisito solo iba a dormir. Sin compañeros de escalera con los que charlar al regresar del trabajo, aquí me aburría bastante. Tanto, que me monté un acuario que tiene sus propias anécdotas. Después de un año en soledad me casé y pasé otro año en pareja, tras el cual decidimos cambiar de país y trasladarnos a Corea del Sur, donde aún continúo.

Estudio en Milladoiro

Los primeros meses en Corea los pasé en casa de mis suegros (9). Me acogieron estupendamente, pero como es lógico yo estaba deseando irme a Seúl y empezar la nueva vida de verdad. Fueron unas semanas de desayunos copiosos, días aburridos y pachangas nocturnas de baloncesto con mi cuñado. Coincidió con uno de los veranos más calurosos de los últimos años en Daegu, con temperaturas que no bajaban de los 30 grados ni de noche. Si me duchaba, aun con agua fría, empezaba a sudar de vuelta antes incluso de vestirme. Dormir con ese calor era una tortura; la cama parecía un horno, así que muchas noches las pasaba tirado directamente en el suelo.

Bloque de apartamentos en Corea del Sur

Cuando por fin nos trasladamos a Seúl, empezamos en un apartamento en la parte sur (10). Era viejo y estaba en lo alto de una colina, lo cual era incómodo para llevar la compra, pero por las ventanas de una de las fachadas veíamos un bosque a pocos metros. Al terminarse los dos años de depósito jeonse el propietario quiso empezar a cobrar cada mes, así que nos fuimos con nuestros bártulos a otra parte.

Apartamento en Seúl

Esa otra parte resultó ser un apartamento en la zona norte (11), muy cerca del centro de la ciudad. Fue una mejoría considerable, pasando a vivir en un gran complejo de apartamentos con 1.500 familias. Recientemente prorrogamos la estancia por otros dos años, de forma que estaremos en el mismo lugar la friolera de cuatro años. Parece que por fin nos vamos asentando.

Apartamento en Seúl

El principal motivo por el que hago este repaso es porque, si todo va bien, esta será la última vivienda a corto plazo. Efectivamente, hemos dado el paso de permitir a un banco comprar una vivienda en nuestro nombre. El edificio en cuestión aún está en construcción, pero en dos años debería ser ya habitable. Ese será el lugar donde crecerán nuestras dos hijas. Después de doce años dando saltos de casa en casa, ya apetece un poco volver a tener un lugar al cual poder llamar "HOGAR".
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6 comentarios EN BLOGGER
  1. Es cierto que cuando uno está metido en la dinámica del trabajo y la vida cotidiana cuando uno se pone a hacer cuentas de las mudanzas y demás, puede asustarnos y más en tu caso que llevas tanto trajín en el cuerpo.

    También puedo decir que desde que estoy en Hong Kong he tenido algo de movimiento pero gracias a dios que nos hemos asentado desde hace ya un año. De los 7 años que llevo por aquí, este es mi 5º piso, y siendo el anterior en el que más duramos (3 años) mientras estábamos en Tung Chung.

    Me alegro por la decisión. Ahora tan sólo queda esperar para estrenarlo llegado el momento.

    Un abrazo!

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    1. Tampoco es que lleva tanto trajín, que otros se mueven mucho más, pero sí que llega un momento en que el cuerpo pide un poco de serenidad. No diré "sentar la cabeza", que eso sí que no :P

      Gracias por el comentario, ¡y otro abrazo de vuelta!

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  2. ¡Me ha encantado!
    Pues en un par de semanitas yo me voy a mi 6º hogar en 5 años. Esta vez el piso tiene buena pinta, pero ya veremos dentro de 2 años si nos toca seguir dando tumbos.

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    1. Cómo somos los expats en Corea, que cambiamos de casa cada dos años como un reloj :D

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  3. Como siempre, he disfrutado mucho de la lectura de esta experiencia y pues muchas felicidades por el nuevo hogar, el cual seguramente disfrutarán enormemente.

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