Gostiniy Dvor, probando la comida rusa en Seúl
En Dongdaemun hay un barrio muy especial, en el cual hace años se asentaron muchos rusos que emigraron a Seúl. Algunos de esos rusos abrieron negocios enfocados a sus compatriotas, muchos de los cuales incluso tienen nombre y anuncios en cirílico. Hay tiendas de alimentación locutorios telefónicos, agencias de viajes... y restaurantes, claro. En la primera foto aparece el restaurante ruso Gostiniy Dvor (고스티느이 드보르 en coreano), al cual fui hace unas semanas.
El restaurante está en una segunda planta, encima de una pequeña tienda de alimentación. Para entrar hay que subir por unas estrechas escaleras que perdieron el glamour hace muchos años. Al llegar al restaurante la visión no es mucho mejor. Se nota que el local fue decorado hace años y desde entonces no ha cambiado nada. Las mesas son pesadas y de madera, y la iluminación y las cortinas parecen sacadas del salón de una abuela que vive sola. Pero que esto no espante a nadie, porque a un restaurante se va a comer y no a disfrutar de la decoración.
El local es tan ruso como si estuviese en el centro de Crimea (guiño). Hay un camarero que apenas habla un poco de coreano y nada de inglés, y la cocinera no sabe nada que no sea ruso. Esto puede ser una pequeña barrera, sobre todo cuando te presentan una carta en ruso y coreano, pero a mí me gusta. Prefiero esto y no encontrarme cocineros coreanos en restaurantes occidentales.
Lo primero que pedimos fue una ensalada de tomate y queso para ir abriendo boca. El detallazo está a la izquierda de la foto, y es que los vasos son de cristal tallado. Nada de vasos plásticos ni de acero, no, puro cristal. Como debe ser. Hasta parece que el agua sabe mejor.
No recuerdo el nombre de mi plato, pero era una bola de carne y patatas en juliana, recubierta de queso gratinado. Estaba buenísimo y, pese a que en la foto no parece muy grande, puedo asegurar que era suficiente para llenar cualquier estómago.
Miyoung había leído en algún sitio que un plato ruso típico son los pinchos de cordero, al estilo de los yangkkochi de los restaurantes chinos. Como no estaba en la carta, se lo intentó explicar al camarero, que hizo un esfuerzo por comprender de qué se trataba pero solo llegó a entender la palabra "cordero". El plato que le trajeron resultó ser mucho mejor que los pinchos: un chuletón de cordero. En Corea es muy difícil comer cordero, las chuletillas se ofrecen en pocos sitios y a precio de oro, por lo que un chuletón como este merece un lugar de honor en nuestra memoria gastronómica. Yo probé un buen pedazo y puedo asegurar que es de lo mejorcito que he comido en Seúl.
Entre los postres se anunciaba un yoghourt casero, y me lo pedí. Aparte de casero era amargo como masticar granos de café. Poco recomendable para paladares delicados, pero muy disfrutable para los aficionados al yoghourt de verdad.
De vuelta a casa compramos unas empanadillas y un paquete de chocolatinas en una tienda rusa. Las empanadillas sirvieron de cena, y los chocolates se los comió casi todos Sonia.
Tenía este post a medio escribir, y resulta que hace unos días fui al mismo sitio con Julio y Javier. Ya entre hombres, aprovechamos para probar un par de cervezas rusas. En la carta aparecían con números,y efectivamente los números son el identificativo de cada una. Yo me pedí la número 9, que resultó ser una lager de color muy pálido pero con mucho cuerpo y una graduación de 8 grados. Infinitamente mejor que Max, Hite o similares.
Esta vez nos dieron un menú en ruso e inglés, de forma que fue más fácil seleccionar los platos a consumir. Ellos pidieron sendos platos de raviolli de cordero, hechos a mano por la señora rusa.
Yo encontré un plato que había probado en Irlanda hace años, el stroganoff de ternera. Recuerdo que en Irlanda me encantó, pero es que allí mi nivel de satisfacción gastronómica era muy bajo y por tanto cualquier cosa me sabía a gloria. En esta ocasión me gustó, pero las patatas fritas con ketchup no congeniaban muy bien con la carne ni la salsa.
Por cierto, esta vez no había camarero y nos atendió la propia cocinera. Le pedimos a dedazo y ella nos iba repitiendo los nombres en ruso, sin entender nada ni ella ni nosotros. Nos echamos unas buenas risas, pero no tantas como la señora. Al salir incluso nos ofreció unos pequeños pasteles de pan relleno. Un encanto de mujer.
Aparte de la exótica experiencia de probar comida rusa en el centro de Seúl, y del sabor y calidad de los platos, lo mejor de este restaurante es el precio. La mayoría de platos están entre 8.000 y 10.000 won (entre 5 y 7 euros), las cervezas a 5.000 won (3 euros) y el yoghourt a 2.000 won (poco más de un euro). A este precio es muy difícil, por no decir imposible, encontrar comida occidental en Seúl.
Después de ir dos veces yo tengo claro que repetiré, ya sea en este mismo o en alguno de los otros que hay en este barrio ruso enclavado en el corazón textil de Seúl.
Nunca he probado comida rusa pero viendo tus fotos y comentarios la verdad, es que me dan ganas de probarla ^^
ResponderEliminarPues con el nombre que usas ya puedes ir empezando :P
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