Subida a la montaña Stoompa, cerca de Killarney

En los últimos meses ya escribí sobre varias de las rutas de senderismo que hice cuando vivía en Irlanda. La más espectacular, al menos en las fotos, fue el día que subí a la montaña más alta del país, pero hay muchas otras rutas interesantes. Por ejemplo la que presento hoy, en un paisaje precioso situado muy cerca del Parque Nacional de Killarney.

Sobre las vivencias del día no hay mucho que contar, en parte por los muchos años que han pasado ya y en parte porque fue un día normal de senderismo. La verdad es que esa es una de las mejores cosas que se pueden recordar de un día así: nada excepto los paisajes. Y es que no quiero pensar qué sucedería en caso de accidente, estando a mucha distancia del mundo civilizado y teniendo la población más cercana a varios kilómetros de carreteras infames.

Subimos en coche hasta un lugar con una pequeña explanada que sirvió como parking, nos pertrechamos con nuestras mochilas, y empezamos a caminar hacia arriba por lo más parecido a un sendero que pudimos encontrar. Al nivel del cual salimos ya había varios lagos, pero lo que pudimos ver luego desde arriba fue mucho mejor.

Esta zona se caracteriza por estar llena de montañas pequeñas y relativamente suaves, aunque llenas de rocas y casi sin vegetación, por lo cual el viento golpea que da gusto. Pero el rasgo peculiar, lo que dota a este paisaje de algo especial, son los innumerables lagos que salpican la vista hasta donde el ojo alcanza. Lagos grandes y pequeños, bien contorneados o de borde irregular, situados a diferentes altitudes... Un caramelo muy dulce para aquellos que dispongan del ánimo necesario para disfrutar del paisaje mientras se camina sobre barro y rocas irregulares.

El hecho de haber recorrido esta zona a finales del invierno irlandés añadió una nota de dramatismo a las fotografías, ya que la vegetación, ya de por sí escasa en estos parajes, aparece seca y marchita. De esta forma, el contraste entre la tierra marrón y el azul del cielo reflejado en los lagos parece casi de fantasía. Es una pena que el día estuviese bastante nublado y el sol no nos diese muchas oportunidades para apreciar ese hermoso contraste.

Es curioso, a veces para hacer senderismo no hacen falta montañas. Lo único que se necesita son lugares deshabitados donde reine la naturaleza, o su ausencia.

Algún día me gustaría volver a caminar por estas rutas, y recordar aquellos días en que podíamos permanecer incomunicados y desconectados durante un día completo, pese a estar a tan solo 100 kilómetros de distancia. Qué diferencia con la actualidad hiperconectada, menos de una década después.

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