Ben Creggan y el Fiordo de Killary, la Irlanda más salvaje
Hoy voy a hablar de otra ruta de senderismo por las montañas irlandesas que hice cuando vivía en ese país. Aunque no es tan espectacular como la subida al Carrantuohill, fue un día muy bien empleado porque disfrutamos de un fantástico paisaje del norte de Irlanda.
El Ben Creggan (Binn an Chreagáin en irlandés) se encuentra en la frontera norte de Connemara, esa inhóspita región del oeste irlandés. No es una montaña muy alta, apenas alcanza los 693 metros de altura, pero el paisaje que se divisa desde lo alto es espectacular.
Esta zona de Irlanda es muy especial. Al principio parece un paraje desolado, apenas habitado, lejos de toda civilización. Y lo es, y en eso precisamente reside su belleza. Desde lo alto del Ben Creggan apenas se adivina la mano del hombre en un par de tortuosas carreteras. El resto es naturaleza pura.
Muy cerca de este pico se encuentra el Fiordo de Killary (Killary Harbour), una lengua de mar que se aventura 16 kilómetros tierra adentro. Aunque mucha gente dice que se trata del único fiordo de Irlanda esto no es cierto, ya que hay otros dos: Lough Swilly y Carlingford Lough. Un poco más al sur está la Abadía de Kylemore, que visité en otra ocasión y que se merece un post aparte pues se trata del centro de estudios más aislado que he visto nunca. Y justo después podemos encontrar los Doce Bens de Connemara, cuyo ascenso comenté hace unas semanas.
Qué pequeño se siente uno ante un paisaje tan tremendo. |
Recuerdo que realizamos la ascensión a finales de febrero, antes de que la primavera mostrase sus primeras señales, por lo que el paisaje era aún más desolador. La vegetación del lugar se limitaba a matojos de hierba seca, pese a que el suelo estaba empapado y en algunas zonas parecía un barrizal. Ante nosotros no había pueblos a la vista, ni gente, ni vehículos, ni vegetación, ni animales. Nada más que tierra, agua y cielo. Por momentos parecía que estábamos vagando por un lugar inexplorado. Perdidos a nuestra suerte. La sensación de libertad era absoluta.
El recorrido era sencillo, sin grandes pendientes ni zonas difíciles, pero nos encontramos con un enemigo implacable: el viento. El día que hicimos la ruta soplaba un viento tremendo, con rachas fuertísimas que nos dificultaban bastante el avance. Mucha gente hubo de echar cuerpo a tierra en varias ocasiones, especialmente en las zonas llanas entre dos pendientes, ya que ahí se produce una especie de "efecto Venturi" que multiplica la fuerza del viento.
En la cima, al lado de la típica montañita de piedras. |
Pese a esta dificultad, que impidió que disfrutásemos del día tanto como nos habría gustado, guardo un muy buen recuerdo de la ruta. Especialmente por los paisajes desde lo alto, y también por el recorrido en coche que hicimos por la orilla del fiordo. Es extraño encontrarse algas y cangrejos en un lugar sabiendo que el mar está a 16 kilómetros de distancia.
Como ves, en Irlanda hay mucho más que pubs y pintas.
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