domingo, 20 de abril de 2025
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Una semana de viaje en Nagoya y Kioto

Pagoda en Higashiyama Kioto

En el verano teletrabajando desde Corea hicimos un paréntesis para un viaje familiar a Japón. Fue mi segunda visita a los nipones, después de los tres días que pasé en Fukuoka, Hiroshima y Nagasaki hace ya más de una década. Esta vez el ritmo fue muy diferente y nos tomamos las cosas con calma por dos razones: porque en verano Japón es un horno y porque fuimos con las niñas y los suegros. Tres generaciones con distintos intereses, distinta tolerancia a la comida extranjera y, sobre todo, diferentes capacidades de movilidad.

Bosque de bambu en Japon
Bosque de bambú en Arashiyama.

Japón es alucinante. No descubro nada nuevo cuando digo esto. Por algún motivo es uno de los principales destinos turísticos del mundo. Un amigo dice que visitar Japón es lo más cercano a la experiencia de estar en contacto con una civilización alienígena. Estoy de acuerdo con esta apreciación, pero no por la rama friki en la que se centran siempre los programas de celtíberos por el mundo, sino porque en Japón mantienen su importancia unos valores que en otras partes se van diluyendo: educación, orden, limpieza, silencio, puntualidad y un extremo respeto por el prójimo. Y cuquismo, también mucho cuquismo.

Templo Kiyomizu-Dera en Kioto
Templo Kiyomizu-Dera.

El viaje duró una semana y tuvo dos etapas. Primero visitamos Nagoya, tercera mayor ciudad del país y un lugar donde es difícil escapar a la rima fácil. El primer día hicimos poco más que llegar, comer el primer tonkatsu y saludar al manekinekón.

Okonomiyaki de Japon
Esto es un okonomiyaki, quizá mi plato favorito de la gastronomía japonesa.

El segundo día fuimos al sitio que más recordaremos cuando hablemos de este viaje dentro de muchos años: el Estudio Ghibli. Yo no soy nada aficionado al manga ni al anime, así que al saber que las niñas querían visitar este lugar me pegué una maratón de películas de Ghibli para saber donde me metía. Algunas me gustaron más y otras menos, y unas pocas me encantaron. Lo mejor fue que en la visita pude reconocer los personajes e historias, y disfrutar mucho más de la experiencia.

Porco Rosso peleando con turista en Estudio Ghibli
Porco Rosso dándome mi merecido por llevar esa camisa hortera.

Al día siguiente visitamos el castillo de Nagoya y el Museo de Toyota. El castillo está muy bien, pero el museo resultó sencillamente espectacular. Tiene una parte dedicada a la industria textil y el nacimiento de la empresa, con máquinas de hace décadas que todavía están operativos y ponen en marcha de vez en cuando para deleite de los que sentimos casi tanto aprecio por los hierros como por las personas. La otra parte está dedicada a la industria automotriz y expone una amplia gama de vehículos históricos, además de algunas máquinas también operativas. El mejor museo corporativo que he visitado hasta la fecha, con mucha diferencia.

Castillo de Nagoya
Castillo de Nagoya.

El cuarto día empezamos visitando el Museo de Ciencias de Nagoya, donde incluso tuvimos una sesión de planetario. De las explicaciones en japonés no entendí nada, pero tampoco es necesario para disfrutar de la experiencia de un viaje por las estrellas. El día de ciencia se completó con el Acuario del Puerto de Nagoya y el espectáculo de los delfines saltarines.

Gente viendo delfin en Acuario del Puerto de Nagoya
Así de este tamaño es el acuario que quiero tener en cas.

La segunda parte del viaje fue una visita de varios días a Kioto, probablemente el emblema del Japón tradicional. Empezamos disfrutando del templo budista Kiyomizu-Dera, con su pabellón de entrada construido sobre imponentes pilares de madera, y un paseo por los alrededores que concluimos comiendo en el mercado.

Pabellon principal del templo Kiyomizu-Dera
Imagina el tamaño de los pilares para que el pabellón se eleve así sobre los árboles.

Al día siguiente fuimos en tren hasta el templo budista Tenryu-ji, con su precioso lago y agradables jardines, para después pasear por el bosque de bambú cercano y cruzar el famoso puente Togetsukyo. El día terminó con un maratón de compras en un Don Quijote, Donki para los amigos, que es una cadena de tiendas japonesas laberínticas e infernales que venden de todo.

Lago y jardines del templo budista japones Tenryu-ji
En los jardines del templo Tenryu-ji parece que no hay ni una hierba fuera de su sitio.

El séptimo fuimos al santuario sintoísta Fushimi Inari, con sus famosos senderos marcados por innumerables toris naranjas en fila. Ya de vuelta en Kioto, visitamos el templo budista Nishi Hongwan-ji, que resultó ser un agradable remanso de paz justo al lado del hotel.

Pasillo de toris en santuario sintoista Fushimi Inari
Toris y más toris en el ascenso hacia Fushimi Inari.

El últimos día aún aprovechamos para visitar el templo budista Higashi Hongan-ji, también muy cerca del hotel. Después montamos en un tren de Hello Kitty (todo es cuqui en Japón) y en un avión genérico para regresar a la península coreana.

Templo budista Higashi Hongan-ji de Kioto en Japon
Estos templos budistas japoneses tienen una forma similar a los coreanos pero pintados como un pub irlandés.

Aparte de todos estos lugares interesantes, el viaje estuvo muy bien porque estuvimos en hoteles decentes como un Dormy Inn y el Meitetsu de la estación en Nagoya, y el Richmond en Kioto. Y qué decir de la comida japonesa, del sushi al okonomiyaki, pasando por esos ramen que parece que saben mejor cuanto más cutre es el sitio que los sirve.

Tren de Hello Kitty
Todo un país dedicado al cuquismo.

Todo esto se puede ver en esta recopilación de los vídeos cortos que fui subiendo durante el viaje.


No tengo ni idea de cuándo volveré a Japón, pero supongo que la próxima vez tocará pasar por Tokio. A ver si es pronto.
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