Dando el cante en un Burger King de Seúl

Este pasado fin de semana entré en un Burger King. Odio la comida rápida, pero se dieron una serie de circunstancias que lo hicieron inevitable. 1) Llegamos tarde de Daegu y Sonia se quejaba de hambre. 2) La nevera de casa estaba vacía tras dos días de Rodríguez. 3) Ni Miyoung ni yo teníamos hambre después de un shabu-shabu que elevó la palabra "copioso" a un nuevo nivel. 4) Era uno de esos domingos en que la ley obliga a cerrar los hipermercados en un vano intento de que los ciudadanos acudan a los mercados tradicionales. La solución, por tanto, fue darle a nuestra sufrida hija una salchicha y unas patatas fritas. Tranquilos, se lo compensaremos mañana con un buen filete y una bebida de Pororo.

Y allí estábamos, sentados en el Burger King contemplando cómo Sonia mojaba las patatas en ketchup una a una, cuando entró una pareja formada por un extranjero y una coreana. Él: joven, desaliñado, probablemente estadounidense, profesor de inglés con casi total seguridad. Ella: joven, bien vestida, sin más rastro de cirugía que el inevitable doble párpado. Ambos: sin ser feos, seguro que no son muy populares entre sus respectivos compatriotas cuando el factor "exótico" no juega a su favor.

Pidieron una bebida, se sentaron, se abrazaron, se manosearon, y se dieron lo que en mi pueblo llamamos un morreo. Esto, que en la mayoría de Burger Kings del mundo no sería nada destacable, hizo que todo el establecimiento se les quedase mirando fijamente, tanto clientes como trabajadores-temporales-a-salario-mínimo. Francamente, si hubiese entrado un perro verde en bicicleta tocando la trompeta no hubiese conseguido el mismo nivel de atención.

Claro, estos comportamientos en Corea aún no son comunes, y menos dentro de un "restaurante". Ya se ven parejitas jugando a la manitas en algunos lugares, principalmente en las zonas de marcha joven (Hongdae y Sinchon, por ejemplo) y sobre todo por la noche; pero resulta totalmente fuera de lugar en un restaurante de comida rápida, situado en medio de un área residencial muy alejada de cualquier pub o discoteca. La clientela estaba formada casi exclusivamente por familias con uno o dos críos, de forma que la parejita desentonaba aún más.

Pese a ser el centro de las miradas durante los diez minutos que tardamos en irnos (Sonia se toma su tiempo con las patatas y el ketchup), nadie se levantó para decirles nada. Y ni ellos ni sus hormonas se sintieron aludidos por las palabras no dichas.

No tengo nada en contra de la parejita, que de algo tienen que vivir todos esos jubilados que se gastan los ahorros en montar un Motel que les proporcione la pensión que no tienen, pero por muy enrevesado que parezca la situación sí me afecta. Explicaré el porqué. Los extranjeros no tenemos muy buena fama en Corea (el estereotipo de extranjero drogadicto y mujeriego está muy extendido entre los coreanos), y estos comportamientos contribuyen a realzar esa mala fama. Lo mismo sucede con las coreanas que andan con extranjeros, que muchas veces reciben miradas de odio empapadas del más absoluto desprecio. Seguro que la chica sabe a lo que me refiero.

Moraleja: Hay comportamientos que no son malos por sí mismos, pero pueden ser contraproducentes según la situación. Saber lo que se puede hacer y lo que no, y medir el dónde y el cuándo, es todo un arte difícil de dominar a veces. Ante la duda, mirada al frente y manos a la vista ;)

COMPARTIR ES BUENO

Tweet

Si te ha gustado este post,
puedes ayudarme a mejorar
con un pequeño gesto :)
→ CLICK AQUÍ ←