Ir a casa sin ir a casa (o algo así)

Hace una semana me subía a un avión en Incheon para ir a Calicia por segunda vez en el mismo mes. Es curioso, casi dos años sin ir a España y de repente voy dos veces en apenas tres semanas. En esta ocasión no me acompañó mi familia, sino cuatro coreanos desconocidos con los que pasé tres días recorriendo Vigo.

Estudié en la ciudad olívica durante muchos años, más de los debidos, por lo que me conozco bien la ciudad. O eso pensaba, porque en este viaje he descubierto otra cara de la mayor ciudad de Galicia. Vigo tiene más encanto del que pensaba, o es que quizá mejoró mucho en estos últimos años. Un ejemplo de lo primero es el Sireno, un monumento tan feo que se le coge cariño; y de lo segundo no puedo dejar de hablar del espectacular cambio logrado por la rehabilitación de la zona vieja. Después, de postre, cumplí una de mis asignaturas pendientes al pasar un día en París, una ciudad de la cual solo había pisado el aeropuerto.

Pero vayamos al principio. Todo empezó con un email de los encargados de promocionar Vigo como destino turístico, dándome la noticia de que Park Chu-young, el jugador del Celta, sería nombrado embajador promocional de la ciudad en un intento de atraer más turismo coreano. Aprovechando la ocasión, se organizó un viaje de varias agencias de turismo de Madrid especializadas en ofertar paquetes turísticos a personas de Corea. Al acto se sumó el embajador de Corea en España, y la bola empezó a rodar.

Tras muchos emails y llamadas de teléfono, embarcamos en el avión un periodista del diario económico MK, una periodista del Hanguk Ilbo, y dos blogueros (좋은사진 좋은여행 y Stress Zero). Recorrimos lo más destacado de Vigo y su entorno: edificios históricos, la zona vieja, el Mercado del Calvario, una batea de ostras, O Castro, El Pazo Quiñones de León, el Estadio de Balaídos, el mirador de Monte Cepudo, la playa de Samil, el MARCO y, por supuesto, las paradisíacas Islas Cíes. Aparte del acto con Park Chu-young, nos dio tiempo de asistir a un concierto de Xoel López y meternos entre pecho y espalda varios magníficos ejemplos de todo lo que la gastronomía gallega tiene que ofrecer, que es muchísimo.

Antes de abandonar Galicia me escabullí una noche para dar a mi familia la gran sorpresa de los últimos años, ya que no sabían nada de este viaje relámpago. Apenas fueron unas horas, pero me supieron a gloria. Una vez reseteado el contador de besos y abrazos, llegó la hora de poner rumbo a París para, ya por libre, matar el jet-lag a base de paseos interminables.

De todo esto iré escribiendo poco a poco, tal y como viene siendo costumbre en esta casa, que es la vuestra.

Nota para curiosos. Para tomar la foto de arriba hacen falta tres cosas: mar, sol y una lente muy sucia.

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