Un día en mi vida (Santiago, 2008)
Al regresar de Irlanda pasé dos años en Santiago. Fueron dos años muy intensos, en los que sucedieron muchas cosas en mi vida. Empecé soltero y viviendo solo, y terminé casado y viviendo con mi mujer. Entremedias hubo bastante trabajo, varios partidillos de baloncesto con los compañeros de trabajo y algunos viajes a Corea. Para que no se me olvide, ahí va cómo era un día normal en mi vida en aquel momento.
8:00 Suena el despertador. Tras desayunar y asearme un poco, llega el momento más peligroso del día: conducir medio dormido por una autopista colapsada de vehículos que quieren salir por la misma salida que yo, muchos de ellos saltándose la caravana que se montaba en uno de los carriles. Vi bastantes accidentes, y más de una vez estuve a punto de verme implicado (bendito ABS). Este era un motivo claro que no me hacía estar a gusto con mi rutina.
8:45 Tras 20 minutos cruzando Santiago de sur a norte por la autopista en una especie de ruleta rusa, llego a la empresa. El lado bueno de mi trabajo eran tareas propias de un ingeniero industrial: diseñar esquemas eléctricos, gestionar proyectos, negociar contratos de suministro de energía eléctrica, analizar datos mediante complejas hojas de cálculo, viajar a otras fábricas del grupo...
13:35 Hora de ir a comer. Cada día el grupo era distinto, y alternábamos entre tres o cuatro restaurantes de la zona. Primer plato, segundo plato, postre, pan, agua y café. Así todos los días. No es extraño que ganase unos kilitos. Lo mejor de este momento eran las conversaciones, ya que siempre derivaban hacia lo más insospechado. Muchas veces, esto era lo mejor del día.
15:00 Otra vez a la oficina. Aunque en teoría disponíamos de dos horas para comer, casi siempre volvíamos antes de tiempo. La tarde se me solía hacer más espesa que la mañana. El lado malo de mi trabajo: hacer fotocopias y escanear documentos, no saber nunca cuándo tendría que coger el coche e ir a otra fábrica, ir a enviar cartas, aguantar alguna bronca, pasar horas sin hacer nada por no tener nada que hacer, depender de un jefe desorganizado y cuya opinión oscilaba como el viento...
19:00 Regreso a casa, porque no tenía sentido pasar tiempo extra en un puesto de trabajo en el que cada día perdía al menos dos horas desocupado.
24:00 Al igual que Cenicienta, la medianoche era el momento para retirarme.
Cuando vivía solo, llegar a casa era un poco triste porque no había nadie esperándome. Mi entretenimiento era revisar internet, pero por aquel entonces no tenía blog ni usaba redes sociales, por lo que internet tampoco era muy divertido. Ver alguna película, leer un rato, cenar algo ligero, y a dormir. Tanto me aburría que tuve incluso tiempo de hacer realidad una vieja aspiración como era tener un acuario. Me compré un acuario de 120 litros, lo llené de peces, y me entretenía cada día viendo cómo la vida iba cambiando en ese pequeño ecosistema. La acuariofilia es realmente interesante, aunque también es cierto que ata un poco y consume algo de tiempo.
Cuando me casé pasé a tener una verdadera razón para regresar a casa. Tras vivir tantos años solo, era muy agradable escuchar un "hola" al cruzar la puerta. Estos primeros meses de matrimonio fueron quizá los mejores de mi vida, y parece que esto es una opinión muy común entre los hombres. Me pregunto por qué ;)
De vez en cuando sucedía algo que rompía la rutina, como los partidos de baloncesto que se organizaron un verano. Jugábamos entre departamentos, siempre nos divertíamos como niños, y además al terminar marchábamos a tomar unas cañas. Las cosas buenas, cuando además se hacen en compañía de buena gente, son dos veces buenas. Estas pachangas son probablemente el mejor recuerdo que guardo de aquellos meses en Santiago.
Los fines de semana, por supuesto, me iba a casa. Tampoco es que tuviera mucho que hacer, pero tras cuatro años en el extranjero era muy agradable disfrutar de sobremesas en familia. Ahora que me he vuelto a otro país, aún más lejos esta vez, esto es probablemente lo que más echo de menos.
Como resumen podría decir que estos dos añitos en Santiago fueron una transición entre una vida centrada en lo profesional (en Irlanda) y una vida que, aunque pueda ser incluso más ocupada, ahora gira alrededor de mi nueva familia (en Corea). Aunque a veces echo de menos la satisfacción de un buen trabajo (y salario), en general me alegro de que esta transición no durase más de dos años.
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